martes, 24 de noviembre de 2015

Cada ser no posee una consciencia para  él solo

Cuando hablamos de “mente”, estamos convencidos de que nuestro cerebro alberga una función singular y única. Sin embargo, estamos ante un mero concepto, un paquetito que hacemos con todo lo que suena a “pensamientos”. Incluso creemos que somos el pensador, otro concepto proveniente del yo individual. Al cuerpo le sucede tres cuartas de lo mismo. No es que no exista un organismo -por otra parte imprescindible para que la consciencia pueda posarse en algo- sino que dicha consciencia se identifica con este y admite la conceptualización de “soyuncuerpo”, como si un espejo se aferrase a la primera imagen que pasara por delante y, a partir de ahí, el espejo tomase al cuerpo reflejado por sí mismo. Este embelesamiento de la consciencia con un concepto-cuerpo se produce al poco tiempo de nacer. A partir de ahí, la consciencia se identifica con un cuerpo, un nombre, unas imágenes, unos pensamientos... todos conceptuales... y así con todas las apariencias mentales que vemos como en un sueño. La ignorancia sigue este proceso espontáneo: la aparición de la consciencia en la forma termina embelesada con la identificación. La ignorancia circunscribe la consciencia a las medidas de cada cuerpo; a partir de ahí tus convicciones se limitan a formas ilusorias. 
Por tanto, la naturaleza de la consciencia es la vacuidad, una propiedad que tiene la Realidad, y que consiste en la ausencia de existencia propia, singular, aparte, por su cuenta.  Todos los fenómenos (emociones, pensamientos, objetos materiales, devenires inmateriales, personas, etc) tienen en común esa característica existencial si de existir verdaderamente se trata. Sin embargo, no es así como aparecen, como son percibidos por nosotros. Es algo así como si hubiera un material base (el oro) y con él hiciéramos anillos, sortijas, pendientes, cadenas, broches, relojes, dientes, medallas, etc. La vacuidad es el oro. Gracias a ella, (de ella) pueden surgir todos los fenómenos, todas las formas singulares, todas las ilusiones. Precisamente por eso, porque es sin forma. Pero estas últimas, tomadas de una en una no tienen ni un átomo de existencia real. Su verdadera existencia se ofrece contempladas en conjunto sin exclusión alguna, como un todo interdependiente e interrelacionado. Cada ser no posee una consciencia para  él solo. La comprensión directa de esta verdad hace que la compasión se establezca en el corazón.

Todo lo manifestado en el conjunto del cosmos no es otra cosa que lo no manifestado que toma consciencia de sí mismo. De ahí que se diga en los textos orientales que "El vacío es la forma, la forma es vacío". La consciencia aporta la luz que da vida a los conceptos. Al ser conscientes de un objeto, somos conscientes de la consciencia. Es innecesario hacer grandes esfuerzos para tener constancia evidente de esto.

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